Me llevó todo el trayecto cogido de la
mano. Fuimos por un atajo que iba serpenteando entre los estanques de
los Fabelos. Era temprano, las gotas del rocío de la noche hacia que
las higueras desprendieran con mas fuerza su inconfundible e inolvidable olor.
Cuando llegamos había un grupo de niños jugando en el exterior.
Mientras yo me quedé curioseando con los que iban a ser mis nuevos
compañeros y amigos, ella habló con un señor de rostro amable que
estaba en el porche de entrada apoyado en un bastón. Al rato, me pareció que habían llegado a un acuerdo, porque los vi como ambos
asentían con la cabeza. Mi madre se despidió de mi. Luego entré con
el resto de niños en el edificio. El esperó en la puerta a que pasáramos y cuando se dirigió a su asiento observé como
caminaba con gran dificultad porque cojeaba ostensiblemente de una de sus piernas.
Todas las mañanas llegaba conduciendo La Chocha que era como llamábamos cariñosamente a su pequeña y estruendosa camioneta con carrocería de madera cuyo motor se ponía en marcha mediante una manivela. Íbamos corriendo detrás armando un gran bullicio hasta que paraba. Siempre se bajaba sonriente, no sé si era porque le hacia gracia nuestra algarabía o simplemente se alegraba de vernos. Cierto día, junto con otro niño, intentamos poner el vehículo en marcha, con mucho esfuerzo y lentamente conseguimos darle unas cuantas vueltas a la manivela hasta que el retroceso de la misma nos tiró al suelo dejándonos las manos muy doloridas. No volvimos a intentarlo.
Nunca lo oí alzar la voz ni gritar.
Tampoco se enfadaba, era muy paciente. Actuaba de una manera muy singular; debido a su discapacidad en la
pierna que le dificultaba moverse utilizaba una caña bastante larga para darnos
toquecitos en la cabeza cuando nos despistábamos o alegábamos más de
la cuenta. A los que estaban más alejados les lanzaba suavemente una
pelota de goma del tamaño de una ciruela y luego levantaba las cejas
de forma picara como diciendo: “haber, que pasa amigo”.
El me enseñó a leer y a escribir. No
fue hasta muchos años después cuando comprendí que no había sido
una casualidad que mi primer maestro fuera tan buena persona, máxime
teniendo en cuenta que el ideario de la época era: “la letra con
sangre entra”. Así era Don José Zerpa.
Nota: la foto pertenece a la web del IES José Zerpa.
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